El Ermitaño


La numerología de este arcano es el 9: cumbre. Es el último número, el más alto, pues los que le siguen después números compuestos el 10, el 11, el 12, etc. El Ermitaño no está buscando la verdad y la justicia, que su lámpara nos dice “Donde estoy, podrías estar”... Y ¿dónde está? En la cumbre de una montaña: verdades abstractas… pero una cumbre es una cumbre, o sea: lo peor ya pasó. “Verdades dominadas”. Verdades que estaban dentro de él, intuidas, por eso no las busca, sino que se limita a encontrar las racionales precisas palabras, pulir la verdad en la soledad ya encontrada en el contacto con la realidad, aunando ahora lo yin de la noche y lo yang de su báculo. Queda utilizar bien la sabiduría obtenida en el camino de ascenso a esa cumbre: guiar a otros (su lámpara… que no tiene una vela sino una estrella). No asustarse por problemas que no serán superiores a los ya superados; apreciar el silencio, la soledad, no como aislamiento de los males del mundo sino como amable circunstancia, calma necesaria que nos facilita pulir lo ya encontrado, lo intuido.
El Ermitaño disfruta haciendo lo que debe, no le interesan las fiestas, el placer. Representa la etapa de la reflexión, de la búsqueda de pulidos conceptos expresados con nítidas palabras, es la etapa del Ermitaño. Mientras trabaja en soledad amable, el silencio y la discreción (como en La Sacerdotisa) serán la norma. La Sacerdotisa y El Ermitaño comparten la cualidad de ser conscientes en planos más elevados que el promedio, que otros arquetipos. Una diferencia con La Sacerdotisa es entonces que ella es algo permanente, y este es un poco de ida y vuelta: sube a la cima, piensa, baja, difunde, actúa. El Ermitaño es tal, en su plenitud, cuando está allí, en la cima, en la paz, comportándose “abajo” según sus otras características. El aspecto religioso no es tampoco su esencia, aunque claro: una persona “Sacerdotisa” puede vivir temporadas de El Ermitaño. Como no se aburre, no busca novedades… pero quienes lo acompañan sí se pueden aburrir. Sabe aprovechar la rutina.
El Ermitaño nos dice que lo peor ya pasó, que no hay que asustarse por problemas. Guiar a otros. Apreciar el silencio, la soledad: aprovecharla para pulir lo ya encontrado para mejor guiar a otros. Más paz que felicidad. Más deber que placer. Consciencia. Prudencia, silencio. El consejo es pensar más y hablar menos.


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