~1998 - Tarot reconstruido por Camoin y Jodorowsky~
Un fragmento de la Introducción del libro «La Vía del Tarot» de Alejandro Jodorowsky: ...Poco a poco adquirí la costumbre de buscar las librerías esotéricas para comprar tarots. Llegué a coleccionar más de mil mazos diferentes: el alquímico, el rosacruz, el cabalístico, el gitano, el egipcio, el astrológico, el mitológico, el masónico, el sexual, etc. Todos se componían del mismo número de cartas, 78, divididas en 56 arcanos menores y 22 arcanos mayores. Pero cada uno tenía dibujos diferentes. A veces los personajes humanos se veían transformados en perros, gatos, unicornios, monstruos o gnomos. Cada ejemplar contenía un libreto donde el autor se proclamaba portador de una profunda verdad. A pesar de que yo no podía comprender ni el significado ni el uso de tan misteriosas cartas, les tenía un gran cariño y cada vez que encontraba un juego nuevo, me llenaba de alegría. Ingenuamente esperaba encontrar el Tarot que me comunicaría lo que con tanta angustia andaba buscando: el secreto de la vida eterna... En uno de mis viajes a México, secundando a Marceau, conocí a Leonora Carrington, poeta y pintora surrealista que durante la guerra civil española había vivido una historia de amor con Max Ernst. Cuando lo apresaron, Leonora padeció un ataque de locura, con todo el horror que aquello significa, pero también con todas las puertas que ese mal abre en la cárcel de la mente racional. Invitándome a comer un cráneo de azúcar con mi nombre grabado en la frente, me dijo: «El amor transforma la muerte en dulzura. El esqueleto del Arcano XIII tiene los huesos de azúcar». Al darme cuenta de que Leonora utilizaba en sus obras los símbolos del Tarot, le rogué que me iniciara. Me contesto: «Toma estas 22 cartas. Obsérvalas una por una y luego dime que significa para ti aquello que ves». Dominando mi timidez, obedecí. Ella escribió rápidamente todo lo que le iba diciendo. Al terminar con la descripción de El Mundo, me encontré empapado en sudor. La pintora, con una misteriosa sonrisa, me susurró: «Lo que acabas de dictarme es el "secreto". Cada arcano, siendo un espejo y no una verdad en sí mismo, se convierte en lo que ves en El Tarot es un camaleón». Acto seguido me regaló el juego creado por el ocultista Arthur Edward Waite, con dibujos estilo mil novecientos, que luego se pondría muy de moda entre los hippies, creí que Leonora, a la que veía como una sacerdotisa, me había otorgado la llave del luminoso tesoro que estaba en el centro de mi oscuro interior, sin darme cuenta de que esos arcanos actuaban solamente como excitantes del intelecto. De regreso a París, comencé a frecuentar un café de la Place des Halles, La Promenade de Venus, donde André Breton se reunía una vez por semana, con su grupo surrealista. Me permití ofrecerle el Tarot de Waite, esperando, con disimulado orgullo, su aprobación. El poeta observó los arcanos atentamente, con una sonrisa que poco a poco se transformó en mueca de disgusto: «Este es un juego de cartas ridículo. Sus símbolos son de una lamentable obviedad. No hay nada profundo en el. El único Tarot que vale es el de Marsella. Esas cartas intrigan, conmueven, más nunca otorgan su intrínseco secreto. En una de ellas me he inspirado para escribir Arcano 17». Admirador ferviente del gran surrealista, tiré a la basura mi colección de cartas, guardando sólo el Tarot de Marsella, es decir, la versión que había publicado Paul Marteau en 1930...
Fuente: Jodorowsky, Alejandro (2004): La Vía del Tarot, México, Editorial Grijalbo.
Comentarios