Evolución del Tarot

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Desde sus inicios, perdidos en el tiempo, el tarot ha estado presente como un juego de mesa, y después como un instrumento de adivinación, predicción y consejero espiritual.
Se tiene conocimiento que ya en el siglo XV, la clase alta de la sociedad en la Italia Renacentista jugaba con barajas suntuosas y ricamente decoradas. Sería a partir de la Península Itálica que el tarot se difundió al resto de Europa. Cabe recordar que ya desde el siglo XIV en Florencia apareció un juego de cartas conocido como “naïbbi”, palabra que seguramente se transformaría en “naipe”. En algunas fuentes históricas bajomedievales se cuenta que los naipes ya se encontraban en Europa desde antes del siglo XV; señalan que en el año 1378, las apuestas de naipes fueron prohibidas en Alemania, si bien un año después aparecen en los registros del duque de Brabante, de Bélgica.
Como quiera que fuese, a finales del siglo XV el Tarot, como simple juego de cartas, estaba ya bastante extendido por toda Europa. Los modelos italianos y franceses habían evolucionado con diferentes diseños; la mayoría de ellos presentaban una estructura muy parecida a la actual, es decir, constaban de los cuatro grupos de cartas o «palos» que forman los Arcanos Menores y de las figuras o «triunfos», conocidos hoy como Arcanos Mayores.


Con la llegada y la rápida difusión de la imprenta las cartas habían pasado a ser impresas con moldes de madera, y esto contribuyó enormemente a hacerlas populares. A mediados del siglo XVII el tarot más común era el de Marsella, considerado actualmente el padre de todos los tarots modernos. Fue precisamente una baraja del Tarot de Marsella la que, en el año 1775, vio por casualidad el erudito Antoine Court de Gébelin, quien se sintió automáticamente fascinado por sus imágenes. Apoyándose tanto en su intuición como en diversas investigaciones, Court de Gébelin reunió un importante caudal de información de carácter esotérico acerca del Tarot y publicó estos trabajos en un libro que tituló Le Jeu des Cartes. Con la gran difusión que tuvo la obra de Gébelin la suerte del Tarot como instrumento intuitivo y de adivinación estaba echada. De pronto dejó de ser un juego de cartas para convertirse en algo mucho más serio y trascendente, cargado ahora con una aureola de profundidad, de misterio y de esoterismo. Así, durante todo el siglo XIX su uso fue casi exclusivamente adivinatorio. Luego, a partir de la primera mitad del siglo XX, pasó a ser muy utilizado por varias escuelas esotéricas como ayuda para la meditación y la exploración de los mundos internos. Finalmente ha llegado a nuestros días con múltiples facetas. Por un lado están quienes lo usan para ganarse la vida, y cuyos anuncios vemos en los periódicos de las grandes ciudades. Por otro lado tenemos a quienes lo reverencian considerándolo una especie de fichero jeroglífico, un compendio resumido y codificado de todo el saber al que la humanidad llegó alguna vez, en una época ya muy lejana, siendo recopilado para la posteridad por los sabios de entonces, conscientes de que su civilización iba a ser totalmente destruida. Los seguidores del psicólogo suizo Carl G. Jung ven en las figuras de los arcanos representaciones de los arquetipos universales, o de los modelos en los que nuestro subconsciente se basa para ir condicionando el comportamiento humano. Y finalmente están también quienes sencillamente se dedican a coleccionar mazos de Tarot, al igual que en otras épocas se coleccionaban figuras de porcelana o cajitas de rapé. Lo cierto es que, ya sea que consideremos el Tarot como un compendio del simbolismo astrológico y oculto de la Antigüedad, o lo veamos con los argumentos psicológicos del siglo XXI, sus imágenes siguen teniendo un poder y un atractivo innegables. Han ejercido una gran fascinación sobre muchas personas a lo largo de la historia y la siguen ejerciendo en la actualidad.

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