HISTORIA DE LA ASTROLOGÍA – Primeros Cristianos


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Un fragmento del fresco de la Catedral de Svetitskhoveli, Georgia, representando el Zodíaco.
El cristianismo y la astrología han formado una extraña pareja. Al principio había cierta armonía, pero a medida que pasaba el tiempo, la división se hacía más fuerte. Sin embargo, en las épocas y los lugares donde se esperaría que la hostilidad fuera más aguda, el mundo cristiano ha mostrado escasos deseos de acritud y ha dejado ver, por el contrario, su curiosidad por el asunto.

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Mosaico italiano del siglo VI (Basilica di Sant'Apollinare Nuovo‎, Italia) representa la Importancia de la «estrella» que condujo a los Reyes al lugar de nacimiento de Cristo.

Siguiendo las estrellas

Los primeros cristianos no se escandali­zaban ante la idea de que una estrella (probablemente una triple conjunción de Júpiter, Saturno y Urano) hubiera guiado a los tres Magos hasta la cuna del recién nacido Jesús en Belén. De he­cho, los primeros cristianos debieron de considerar muy probable que el naci­miento del hijo de Dios estuviera seña­lado en el cielo.
Durante los siguientes tres siglos, la astrología y la nueva religión convivie­ron pacíficamente, aunque hubo algu­nas personas críticas. San Clemente de Roma, amigo y confidente de san Pedro y su tercer sucesor en el papado, asegu­ró que los planetas y las estrellas habían sido puestos por Dios en el cielo para «que sirvan como indicación de las co­sas del pasado, el presente y el futuro». Se refería a los doce apóstoles como los doce meses de Cristo, y él mismo era el año de Nuestro Señor.

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San Agustín se opuso fervientemente a la astrología. Detalle de San Agustín en una vidriera por Louis Comfort Tiffany en el Lightner Museum.

Surge el conflicto

Clemente  admitía que «las estrellas» podían tener una influencia maligna, pero aseguraba que el hombre podía resistirla, pues era impensable que Dios hiciera pecar a un hombre a través de una mala disposición de los planetas y que lo castigara por ello. Por otro lado, Tertuliano, nacido hacia el 160 d. C. y quizá el teó­logo cristiano primitivo más influyente, sostenía que los ángeles caídos habían enseñado la astrología a los hombres. Pero el enemigo más importante de la astrología entre los primeros cristianos fue san Agustín (345-430), quien la cri­tica en sus obras Doctrina cristiana y La ciudad de Dios.
Como muchos hombres de Iglesia, Agustín no estudió la materia, sino que repitió mecánicamente los vie­jos argumentos de la época precristiana. Sus objecio­nes se fundaban en una concepción equivocada de la naturaleza de la teo­ría astrológica, incluso de la que se practicaba en su propia época. Por ejem­plo, cuando afirmaba que la astrología era ridícula porque una vaca y un niño nacidos en el mismo instante no tienen la misma vida, sim­plemente estaba demostrando su igno­rancia sobre lo que defendía la astrolo­gía, debilitando de esa forma sus propios argumentos.

Defensores de la astrología

Otros teólogos tomaron diferentes posi­ciones. Julio Fírmico Materno, contem­poráneo de san Agustín, fue autor de un prolijo tratado de astrología. Su Matheseos acepta la doctrina del libre albedrío, pero encuentra extraño que el hombre considere las estrellas y los pla­netas meros elementos decorativos del cielo. Presenta los principales argumen­tos contra la astrología uno a uno y los echa por tierra con facilidad, demos­trando claramente que la mayoría de los críticos simplemente no han intenta­do comprender la naturaleza de la téc­nica y la teoría que atacan. Fírmico admite que algunos astrólogos son pica­ros o locos y reconoce la dificultad de la materia. Sin embargo, defiende que la mente humana es capaz de enfrentarse a la astrología, a la cartografía del cielo y a la predicción del recorrido de los planetas.
Con una argumentación brillante y compleja, Fírmico ataca con mordaci­dad la superstición y a quienes la prac­tican —«magos» que sólo pretenden asustar a la gente—. Se opone violenta­mente al secretismo y exige que los as­trólogos, en lugar de apartarse de la vista del público como si se avergonzaran, se pongan bajo la pro­tección de Dios y recen para que les conceda «la gracia para explicar el curso de las estrellas». Matheseos es un libro importante, y en los siglos sucesivos los as­trólogos y teólogos cris­tianos que querían cal­mar los miedos del gran público cuando las auto­ridades eclesiásticas con­denaban la astrología, lo citaron una y otra vez.

Tiempo de persecuciones

La gran persecución de los astrólogos comenzó en el año 358. El emperador Constantino, un converso, emprendió una campaña contra las prácticas deno­minadas «supersticiosas», que defendían que los cuerpos celestes estaban relacio­nados con los asuntos de la Tierra, y los astrólogos fueron condenados a muerte. Esto formaba parte de la batalla que so­brevendría más tarde entre religión y ciencia. Ptolomeo y otros creían que la astrología se basaba en la ley científica de causa y efecto y que su empleo en el trata­miento médico, por ejemplo, era comple­tamente racional. La Iglesia, sin embar­go, estaba más interesada en la fe. Muchos teólogos cristianos aseguraban que en el pasado había un lugar para la astrología, pero que —como escribió Clemente de Alejandría (h. 150-215)— los doce após­toles habían reemplazado a los doce sig­nos del Zodiaco como autoridades fun­damentales de la conducta humana.
La ruptura con la astrología nunca fue brusca y completa. El hecho de que la as­trología se viera algo eclipsada durante los primeros mil años tras el nacimiento de Cristo no se debió tanto al antagonis­mo de la Iglesia cristiana como al declive de la cultura clásica. Los nuevos libros griegos se interesaban más por la astro­nomía que por la astrología (dos términos que gradualmente fueron adquiriendo significados muy distintos), mientras que otros ni siquiera se traducían al latín y, por lo tanto, no tuvieron ninguna reper­cusión en la Europa.occidental.
Los libros de astrología que se tradu­jeron carecían normalmente de una sección donde se explicara cómo hacer un horóscopo. La Astronómica de Manilio (del siglo I), por ejemplo, es un asom­broso poema sobre astronomía y astro­logía. Aunque contiene cálculos en verso que muestran cómo dibujar un mapa del cielo en un momento concre­to, no explica cómo interpretar ese gráfico. Igualmente, Boecio (h. 450-524) afirma que «los movimientos celestes de las estrellas atan a las fuerzas humanas en una indisoluble cadena de causas», pero realmente no explica de qué ma­nera.

Albumasar
Albumasar escribió su Gran introduc­ción a la ciencia astrológica en el siglo IX d.C.

Más allá de la Europa Occidental

Simultáneamente, la astrología florecía en todas partes. En el año 200 circula­ban en la India libros de texto escritos en sánscrito que explicaban una astrología muy diferente a la occidental. Tenía cin­co elementos en lugar de cuatro, por ejemplo, y daba mucha importancia a los puntos «invisibles» del Zodiaco, como los nodos lunares (puntos donde la órbita lunar se cruza con la eclíptica). En el si­glo VIII se hacían en la India horóscopos complejos y cuidados. También en Persia existía un sistema ligeramente dife­rente, basado sobre todo en la importan­cia de las conjunciones astrológicas.
Pero fue en el mundo islámico donde esta materia se convirtió casi en una pa­sión devoradora. Los filósofos islámicos encontraron en el Corán una justifica­ción para estudiar la astrología como un instrumento de la voluntad de Dios. La invención del astrolabio (quizá el instrumento científico más antiguo), que podía medir el grado de la eclíptica en el ascendente en cualquier momen­to, fue muy útil para los astrólogos. Se construyó un enorme acervo de conoci­miento astronómico y astrológico desde el siglo vil, y los astrónomos islámicos se hicieron más hábiles y cultos que los oc­cidentales.
Astrólogos cuyos nombres siguen siendo relativamente desconocidos en Occidente aumentaron la destreza de los astrólogos islámicos. El primer astró­logo judío del que tenemos noticia, Masha Allah (h. 762-816), aconsejó el momento más propicio para la funda­ción de Bagdad y consideraba que la his­toria del mundo estaba iluminada por las conjunciones de los planetas Júpiter y Saturno; al-Kindi (h. 801-866) fue uno de los primeros estudiosos que se planteó cómo debía funcionar la astrología y escribió un libro, De Radiis, en el que defiende que los rayos solares transmiten la influencia   de   los planetas al reino terrestre. Un astrólogo  cuyo  nombre  es conocido   en   Occidente Albumasar (Abu-Mashar, 787-886), trabajó en Bag­dad y escribió la influ­yente Gran introducción a la ciencia astrológica, un   libro complejo y muy estructurado que fue estudiado y venerado por las generaciones pos­teriores.
El retorno de la astrología a Occidente se de­bió en gran parte a la influencia de las fuen­tes islámicas. Esta se vio reforzada por el concepto cada vez más aceptado de que las estrellas fueron colocadas en el cielo por Dios como instrumentos para gobernar el mundo (como opinaba el teólogo Bernardo Silvestre, las estrellas y los planetas eran «dioses que sirven a Dios y que reciben de Dios los secretos del futuro, que ellos impo­nen sobre las especies inferiores del univer­so»). Pero siempre se reivindicó la presen­cia del libre albedrío. Como afirmó san Clemente en el siglo i, «a veces nos resisti­mos a nuestros deseos y a veces cedemos a ellos». Las estre­llas no podían forzarnos a ninguna acción.

Periodo de ambivalencia

Desde la época de Constantino»! hasta hoy la Iglesia ha sido ambivalente respecto a la astrología. autoridades que se supone que debie­ran haberla condenado la dejaron en paz. La Inquisición, por ejemplo, sólo quemó a un astrólogo —Ceceo d'Ascoli, cuya muerte en realidad tuvo causas po­líticas—, y los papas, que cabría espe­rar que reaccionaran de manera más radical contra la astro­logía, a veces la apoyaron entusiastamente. Julio II, León X, y Pablo III con­sultaban a sus astrólogos personales —algunos en cuestiones de la Iglesia y otros en asuntos más per­sonales—. Pablo III (1468-1549) armó caballero al astrólogo Lúea Gaurico y le hizo obispo. Gaurico acudía siempre que se pro­yectaba un nuevo edificio para Roma y «gritaba muy fuerte» cuando llegaba el momento propicio de colocar una piedra de mármol en los cimientos. Otro astró­logo, Mario Alterio, aseguró a Pablo que a los ochenta y tres años tendría un año de éxito con las mujeres. La verdad es que murió con ochenta y un años, pero no hay duda de que la posibilidad era algo muy deseable. León X (1513-1521) aseguraba que su astrólo­go, Franciscus Pruilus, podía predecir acontecimientos a la hora  exacta,  mientras que Adriano VI y Clemen­te VII dejaban que les de­dicaran calendarios.
Los últimos arzobispos de Canterbury se han opuesto más o menos vio­lentamente a la astrología (a veces hasta el extremo de prohibir el uso de la iglesia para realizar reuniones). Es irónico que en el sagrado centro de la catedral de Canterbury los arzobispos que caminan hacia su consagración pa­san sobre una alfombra que tapa un enorme y hermoso Zodiaco grabado en el suelo.

Bibliografía:

  • PARKER, Julia & Dereck (2007) GUÍA COMPLETA DE ASTROLOGÍA, Barcelona, Grijalbo.

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